La diplomacia del desastre: la presidencia de Trump sacude a Latinoamérica

Por: Fefe
 Foto: Internet a 
04 de febrero de 2025


La toma de protesta de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, una escena que ya tiene tintes de culebrón geopolítico, ha traído consigo una serie de acontecimientos que desafían la lógica de cualquier manual de diplomacia. Mientras el magnate amarillo se acomoda en el Despacho Oval con una sonrisa más parecida a la de un villano de cómic que a la de un estadista, el mundo, particularmente América Latina, comienza a sentir los efectos de su retórica y sus políticas, ahora muy reales.
Uno de los puntos más calientes de su mandato, el tema de las deportaciones masivas, parece tener todo el sabor a revancha. Trump no solo promueve su eterno “gran muro” que, en su mente, dividirá al continente entre los “buenos” y los “malos”, sino que ha comenzado a mover los engranajes de una maquinaria de deportación que ha dejado a millones de indocumentados viviendo en el filo de la navaja. A esto se suma la reciente decisión de imponer aranceles a ciertos países que se niegan a recibir a sus ciudadanos deportados. No se trata solo de un pequeño ajuste fiscal; hablamos de una nueva guerra comercial que ha puesto a temblar a economías emergentes y ha dejado a muchos países latinoamericanos buscando una manera de «comer» los aranceles sin perder el apetito comercial.
Por ejemplo, el presidente colombiano Gustavo Petro ha sido muy vocal en su postura hacia Trump, declarando que Colombia no puede convertirse en un “agujero negro” de indocumentados para los Estados Unidos. Mientras tanto, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, aún en una suerte de fase de preparación para su mandato, ha manifestado que su país no puede ser un simple depósito de migrantes expulsados. No olvidemos que México tiene, además, el peso histórico de la relación con los Estados Unidos y su rol en la migración de América Central. El diálogo en torno a este tema ha sido más diplomático que confrontativo, pero todos sabemos que el margen de maniobra de los países latinoamericanos es estrechísimo.
Entre tanto, la respuesta de Trump ha sido clara: «si no los quieren, ustedes se los quedan». En el horizonte, los aranceles a países como El Salvador, Guatemala y Honduras no solo han complicado el panorama económico, sino que también han generado un panorama de incertidumbre que se refleja en las divisas. Los países de la región, que ya vivían con una estabilidad económica precaria, ahora deben lidiar con un dólar más caro, mientras los mercados se tambalean, incapaces de predecir lo que el líder estadounidense hará en el próximo tuit.
Aún más interesante es el episodio reciente con el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, quien, como quien ofrece el paquete completo de servicios, propuso ofrecer las cárceles salvadoreñas a los presos condenados en Estados Unidos. Por supuesto, la oferta fue acompañada de una sonrisa, como si fuera un servicio de “todo incluido” de un resort caribeño. La respuesta de la administración estadounidense no se ha hecho esperar: la idea, más que un gesto diplomático, ha sido vista como una broma de mal gusto. Sin embargo, ¿quién puede culpar a Bukele? En un juego de ajedrez geopolítico donde la pobreza y la migración son las piezas más vulnerables, cualquier movimiento parece válido para ganar puntos.
Y por si fuera poco, el reciente despliegue de efectivos de la Guardia Nacional Mexicana y agentes de inteligencia de los Estados Unidos en algunas regiones del país bajo el pretexto de vigilar a los carteles del narcotráfico genera más preguntas que respuestas. El argumento de «colaboración en la lucha contra el crimen organizado» suena como una excusa perfecta para una soberanía que, en este caso, se está viendo afectada, aunque el gobierno mexicano, en su típica diplomacia, ha señalado que se trata de una colaboración de “mutuo beneficio”. Sin embargo, más allá del discurso oficial, ¿no hay un riesgo de que este tipo de operaciones se conviertan en una especie de «colonia de facto»? Ojalá no, pero los ecos de intervenciones anteriores en América Latina, especialmente en temas de narcotráfico y «seguridad nacional», dejan una sensación inquietante.
¿Entonces, qué nos espera? El panorama geopolítico parece seguir una trayectoria de creciente tensión. El presidente Trump, quien ha encontrado un filón político en la cuestión migratoria, seguramente seguirá con sus políticas drásticas. El muro de la frontera sur parece una promesa eterna que nunca se termina de cumplir, mientras las deportaciones se multiplican y los aranceles continúan su marcha. Las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y sus vecinos más cercanos probablemente se tensarán aún más, con episodios de negociación que podrían volverse más dramáticos que un episodio de «House of Cards». En el mejor de los casos, los acuerdos comerciales pueden alivianar la situación, pero a corto plazo, parece que las decisiones de Trump seguirán golpeando las economías latinoamericanas, mientras la incertidumbre persiste como una sombra.
En cuanto a México, sus movimientos en la región —como los recientes despliegues militares— podrían desencadenar un futuro de mayor intervención estadounidense en la “lucha contra el narcotráfico”. A esto, sumemos la duda: ¿se verá México como un aliado o como un peón en el tablero? Ya lo veremos, pero, por lo pronto, el que se quede esperando una solución diplomática va a necesitar mucha paciencia.
Con todo esto, parece que el único ganador será el caos, y no me refiero a un orden geopolítico, sino a esa deliciosa sensación de incertidumbre que Trump sabe cultivar como pocos. Mientras tanto, Latinoamérica, como siempre, navega en aguas turbulentas, entre promesas de reformas, aranceles y un espectro de intervención extranjera que no termina de disiparse. ¿A dónde vamos? Esa es la pregunta de mil millones de dólares… o de mil pesos, si lo vemos desde el otro lado del muro.