El holocausto silencioso…

COLUMNA FACTORIZANDO Por: Fefe 
Foto: Internet a 
17 de marzo de 2025

El reciente hallazgo de un campo de entrenamiento y exterminio en Jalisco, operado por el Cártel de Jalisco Nueva Generación, vuelve a poner sobre la mesa una realidad brutal: en México existen centros de tortura y exterminio operando con una impunidad que solo puede explicarse con la colusión de las autoridades. Según el testimonio de una sobreviviente, en ese sitio se practicaba la tortura sistemática, la pedofilia, el tráfico de órganos y un sinfín de atrocidades inimaginables. Durante los tres años que estuvo cautiva, afirma que más de 1,500 personas pasaron por ese infierno antes de desaparecer para siempre.
Las evidencias encontradas allí -restos calcinados, mochilas, ropa, credenciales de personas de toda la República- revelan una máquina de muerte operando bajo la farsa de oportunidades laborales. La pregunta es inevitable: ¿de verdad nadie sabía lo que pasaba ahí? ¿De verdad ningún gobierno local, ningún mando policial, ningún militar destacado en la zona tenía conocimiento de este campo de exterminio?
No es la primera vez que algo así se descubre en México. Basta mirar a Coahuila, donde se han encontrado fosas clandestinas en comunidades como Santa Elena, San Antonio del Alto y Patrocinio. Las agrupaciones de búsqueda de desaparecidos han descrito esas zonas como verdaderos «monstruos» de la desaparición forzada. La Laguna de Coahuila ya había sido identificada hace años como un cementerio clandestino de proporciones escalofriantes, una herencia directa del terror impuesto por Los Zetas.
Estamos ante un holocausto silencioso. Los gobiernos en turno pueden tratar de minimizarlo, pero la evidencia es irrefutable: el Estado mexicano ha permitido, por omisión o por complicidad, que existan estos centros de exterminio.
Las autoridades han anunciado investigaciones, han desplegado elementos de seguridad, han prometido justicia. Pero, ¿cómo confiar en ellos cuando estos lugares han operado por años sin que nadie «se diera cuenta»? La verdad es que la corrupción ha permitido que estas máquinas de muerte funcionen con la tranquilidad de quien sabe que no será molestado.
Las organizaciones civiles y colectivos de búsqueda son quienes han sacado la verdad a la luz. Son las madres, los hermanos, los hijos de los desaparecidos quienes con sus propias manos desentierran los restos de un Estado fallido.
Muchas familias encuentran un poco de consuelo al recuperar los restos o las pertenencias de sus seres queridos. Saber que están muertos, aunque desgarrador, es preferible a la incertidumbre eterna. Pero la herida sigue abierta, y el dolor solo crece al confirmar lo que ya intuían: que sus seres queridos fueron torturados, asesinados y reducidos a cenizas en un país donde la vida humana vale menos que la complicidad de las autoridades.
¿Cuándo dejaremos de ser una sociedad resignada al horror? ¿Cuándo exigir justicia será algo más que una consigna vacía? Como ciudadanos, podemos hacer mucho más que llorar nuestras pérdidas. Podemos organizarnos, exigir, protestar, hacer de la memoria un arma. Pero también debemos preguntarnos: ¿en qué clase de sociedad nos estamos convirtiendo cuando el exterminio sistemático ya no nos sorprende, cuando el horror es solo otra nota roja?
El verdadero monstruo no es solo el crimen organizado. Es la indiferencia, la impunidad, la complicidad que permiten que esto siga ocurriendo. Y mientras sigamos callando, mientras sigamos dejando que la injusticia pase frente a nosotros sin hacer nada, el monstruo seguirá creciendo.