Por: Fefe Foto: Pexels a 10 de enero de 2025
Aquí vamos otra vez. China vuelve al centro del escenario epidemiológico, esta vez no por murciélagos ni mercados de mariscos, sino por un nuevo villano microscópico: el virus HMPV (Metapneumovirus humano, para los curiosos). Este pequeño invasor, ya conocido por la comunidad científica desde hace dos décadas, ha decidido dar un salto evolutivo y desatar una contingencia sanitaria en el gigante asiático. ¿El único consuelo? Por ahora no tenemos que aprender otro nombre complicado como «SARS-CoV-2», pero no se confíen, esto apenas comienza.
El HMPV, antes relegado a causar infecciones respiratorias menores, especialmente en niños y adultos mayores, ahora parece haber ganado musculatura patogénica. En los últimos meses, China reportó un aumento alarmante de casos graves de neumonía vinculados al virus, lo que llevó a las autoridades a decretar una nueva contingencia sanitaria. Entre los síntomas destacan fiebre alta, dificultad para respirar y tos severa, aunque en algunos casos también se han registrado complicaciones cardiovasculares. Suena familiar, ¿verdad?
El estado actual de la contingencia en China es preocupante. Las medidas de cuarentena y el cierre de espacios públicos se han intensificado en varias regiones, mientras que hospitales en Beijing y Shanghái reportan saturación. Por si fuera poco, el virus ya se ha extendido a países vecinos como Japón, Corea del Sur y, sí, también Australia. En un mundo hiperconectado, es cuestión de tiempo antes de que alguien lo lleve como «souvenir» a otros continentes.
Haciendo memoria, el COVID-19 también comenzó como un brote local que rápidamente se convirtió en una pandemia global. En su momento, también hubo negación, teorías de conspiración y una sensación generalizada de incredulidad. Pero lo que hace diferente al HMPV es el contexto: llegamos a él después de haber pasado por el campo de entrenamiento del COVID-19. Aprendimos (o eso creemos) sobre cuarentenas, vacunas, cadenas de suministro y, lo más importante, que el papel higiénico no es la solución a todos los problemas.
Sin embargo, el mundo también está agotado. La «fatiga pandémica» es real, y aunque podría argumentarse que estamos mejor preparados desde el punto de vista tecnológico y científico, el escepticismo y la desinformación siguen siendo los peores enemigos de la salud pública.
En México, las implicaciones de una nueva pandemia son tan complejas como predecibles. Nuestra economía tambaleante no necesita otro golpe como el de 2020, cuando los negocios cerraron en cascada y las filas para oxígeno fueron el rostro de una crisis mal manejada. En el terreno político, el nuevo gobierno enfrenta el doble reto de implementar políticas sanitarias efectivas y ganarse la confianza de una ciudadanía cada vez más desencantada.
Pero no todo es pesimismo. Desde el COVID-19, México ha mejorado su capacidad de respuesta en algunos frentes. Se han reforzado los sistemas de vigilancia epidemiológica y existe mayor experiencia en la distribución de vacunas. La pregunta es si estos avances serán suficientes para enfrentar otro tsunami viral. En el fondo, la pandemia anterior dejó claro que la solidaridad y la responsabilidad individual son tan importantes como las políticas gubernamentales. ¿Estaremos dispuestos a retomar esas lecciones o preferiremos mirar hacia otro lado hasta que sea demasiado tarde?
Mientras escribo estas líneas, el HMPV sigue extendiéndose y las alarmas sanitarias suenan de manera desigual alrededor del mundo. La gran interrogante no es solo si podemos contener este nuevo virus, sino si somos capaces de aprender de nuestros errores pasados. Como sociedad, ¿tenemos lo que se necesita para enfrentar otra pandemia sin caer en el caos?
México tiene una oportunidad única para demostrar que las cicatrices del COVID-19 no fueron en vano. Si logramos transformar esas lecciones en acciones concretas, quizá podamos enfrentarnos al HMPV con algo más que rezos y memes. Por ahora, solo nos queda esperar que el mundo actúe con la misma velocidad que los virus. Porque, en esta carrera, vamos siempre un paso atrás.