COLUMNA: FACTORIZANDO
Por: Fefe
13 de diciembre de 2024
Foto: Freepik
El Senado mexicano encendió el debate al aprobar la reforma que prohíbe la venta, distribución y uso de vapeadores en el país. Sí, esos dispositivos que muchos defienden como “menos dañinos” que el cigarro tradicional, pero que, según la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), parecen más una bomba química portátil. Estudios de la Cofepris revelaron que estos aparatos contienen sustancias como nicotina en concentraciones alarmantes, metales pesados, y hasta compuestos cancerígenos que harían palidecer al mismísimo Dr. Frankenstein. Así que la pregunta no es si son menos dañinos, sino qué tan rápido pueden mandar a alguien al hospital.
La votación no fue unánime, y cómo iba a serlo, si vivimos en un país donde hasta el aire se politiza. Movimiento Ciudadano, por ejemplo, se opuso argumentando que esta prohibición atenta contra las libertades individuales. “Cada quien tiene derecho a decidir cómo destruir su salud”, parecían decir entre líneas. Por otro lado, algunos senadores insinuaron que este debate olía más a intereses empresariales que a vapor de mango con menta. Según ellos, prohibir los vapeadores es un guiño a las tabacaleras, esas mismas que llevan décadas fabricando adicción y que, al parecer, no soportan la competencia del cigarro electrónico.
Y mientras el Senado se debatía entre discursos libertarios y acusaciones de cortinas de humo (literal y figurativamente), la reforma se aprobó. La presidenta Claudia Sheinbaum no perdió el tiempo y aseguró que “se echará mano de todo el entramado institucional” para aplicar la ley. Traducido: Cofepris y otras dependencias comenzarán una cruzada por la regulación sanitaria, con lupa en mano y la mira puesta en vapeadores ilegales. Ya veremos si las tienditas que venden estos dispositivos a escondidas aguantan el nuevo escrutinio gubernamental o si, como suele pasar, encuentran la forma de escabullirse entre los vacíos legales.
Ahora, el punto interesante: ¿de quiénes estamos realmente hablando? Así como algunos defienden los vapeadores con el discurso de la libertad individual, también podríamos defender su prohibición desde la consolidación de una política pública de salud. Porque, a fin de cuentas, esto no es solo cuestión de “prohibir por prohibir”; es intentar prevenir enfermedades relacionadas con el uso de estos dispositivos y regular estrictamente las sustancias que contienen. Claro, eso si asumimos que las instituciones harán su trabajo y no terminarán actuando más como filtros que como barreras.
El verdadero problema aquí no es el vapeador en sí, sino la capacidad de nuestra política para dejar de ser una fábrica de contradicciones. En este juego de humo y espejos, donde las tabacaleras y los defensores de las libertades individuales se enfrentan, los que pierden son los consumidores, atrapados entre la falta de información y la voracidad de las empresas. Tal vez, en lugar de prohibir sin más, deberíamos estar pensando en educar, regular y proteger. Pero eso, al parecer, requeriría más que discursos y votos: requeriría una política de salud que funcione. Por ahora, nos queda esperar y ver si esta reforma será el inicio de algo serio o solo otro buen intento perdido entre el humo.