Por: Fefe
11 de octubre de 2024
Fotografía: Internet
La violencia que azota a Sinaloa ha dejado a Culiacán, su corazón, paralizado por semanas. Tras los cruentos enfrentamientos entre facciones del crimen organizado, el gobernador del estado declaró esta semana que, a un mes de la peor ola de violencia, «ya hay condiciones para salir a las calles». Una afirmación que suena más como un consuelo para la ansiedad colectiva que como una evaluación realista. ¿De verdad ya es seguro? ¿O estamos ante otro caso de negación institucional que minimiza el control que los cárteles ejercen sobre el estado?
La realidad es que los enfrentamientos en Culiacán no son eventos aislados ni tampoco sorpresas repentinas. El narcotráfico, las disputas territoriales y el poder que los cárteles han consolidado en Sinaloa son los detonantes de una violencia constante. En un estado donde el negocio del narco es el rey, cualquier intento de desmantelar estas organizaciones desencadena una espiral de caos y muerte. Los enfrentamientos no solo representan luchas por el control de las rutas de la droga, sino la manifestación del poder criminal que se ha infiltrado en cada rincón del tejido social y económico. ¿La solución? Pues según el gobernador, salir a las calles nuevamente es prueba de que “todo está bajo control”. Sarcástico, ¿no?
Si giramos la vista hacia el noreste, Tampico, Tamaulipas, se presenta como un caso que pareciera sacado de otro país. Hace no tanto, Tampico estaba sumergida en la misma violencia que hoy sufre Culiacán. Los residentes vivían bajo un «toque de queda» impuesto por el terror de salir y cruzarse con la violencia entre grupos criminales y las fuerzas armadas. Sin embargo, de manera sorprendente, hoy la ciudad es considerada una de las más seguras de México, o al menos, eso dicen los informes y artículos que destacan el “milagro tamaulipeco”.
En un artículo de BBC News Mundo, se relata cómo el trabajo realizado a través de la Mesa Ciudadana de Seguridad y Justicia de la Zona Sur de Tamaulipas fue clave para transformar la realidad de Tampico. ¿El secreto? Luis Apperti, uno de los empresarios fundadores de la mesa, lo dejó claro: atacar la corrupción, no solo las causas estructurales como la pobreza o el desempleo. Para Apperti, el verdadero cáncer que alimenta al crimen organizado es la corrupción, esa telaraña invisible que permite a los cárteles operar con impunidad, infiltrarse en las instituciones y neutralizar cualquier esfuerzo real por combatir el narcotráfico.
La estrategia en Tampico se basó en crear una sinergia entre el sector privado, la sociedad civil y las autoridades. Apperti y sus colegas no esperaron a que el gobierno federal tomara la iniciativa, sino que impulsaron un esfuerzo local para limpiar las instituciones y devolver la seguridad a la ciudad. El resultado: una transformación notable que, si bien no es perfecta, ha permitido a los habitantes de Tampico vivir con más tranquilidad, algo que los sinaloenses apenas pueden soñar.
Sinaloa, por su parte, parece seguir atrapada en el mismo ciclo infernal. Mientras en Tampico se optó por atacar de frente la corrupción que permitía el crecimiento del crimen organizado, en Sinaloa los enfoques se siguen centrando en combatir el fuego con fuego. Más operativos, más fuerzas armadas, más violencia, pero ninguna estrategia a largo plazo que enfrente el problema desde su raíz: el entramado corrupto que permite al narco operar con un nivel de poder que rivaliza con el del propio gobierno.
El contraste es doloroso. Mientras Tamaulipas avanza con un enfoque colaborativo y pragmático, en Sinaloa se siguen poniendo parches sobre heridas que no dejan de supurar. El mito de que la pobreza y el desempleo son las causas primordiales del crimen organizado sigue siendo repetido como un mantra. Claro, es más fácil decir que las circunstancias sociales llevan a los jóvenes a convertirse en sicarios que admitir que el verdadero problema está en el poder corrompido hasta la médula. Apperti, con su premisa de que la corrupción es el origen de todo, parece estar un paso adelante. Sin una limpieza profunda en las instituciones, cualquier esfuerzo será como tratar de apagar un incendio lanzando un vaso de agua.
La situación de Sinaloa es insostenible. Los cárteles han convertido al estado en su patio de recreo, y el gobierno se limita a prometer «control» cuando lo único que parece estar bajo control es la narrativa oficial. Pero, ¿qué pasaría si Sinaloa siguiera el ejemplo de Tamaulipas? ¿Qué tal si se atacara frontalmente la corrupción, en lugar de solo lidiar con las consecuencias visibles del narcotráfico? Quizá la respuesta está ahí, en ese modelo que permitió a Tamaulipas salir del abismo y que, con una voluntad política y ciudadana real, podría replicarse.
Por ahora, los sinaloenses seguirán escuchando que «hay condiciones para salir a las calles». ¿Pero qué significa eso cuando el peligro sigue acechando a cada esquina y la verdadera raíz del problema sigue sin tocarse? Las lecciones de Tampico están ahí, esperando a ser aprendidas. Mientras tanto, Sinaloa seguirá viviendo en su propio infierno de violencia, esperando un cambio que, al ritmo actual, parece un sueño lejano.